6.05.2008

Si los ojos vieran…

En realidad no entendía bien lo que pasaba. No entendía tampoco qué era lo que veía, ni lo que me rodeaba. Pensé que simplemente era una falla en mi vista, que por cierto no está bien del todo. Además, recién me levantaba de una siesta.
En ese momento no podía diferenciar si había abierto los ojos y me había despertado o si seguía soñando en otra dimensión.
Sin embargo el olor me agobiaba; parecía que algún vecino estaba haciendo un asado para 100 personas. Algo insólito.
Pero nada de todo eso ocurría.
Luego de haber estado un tiempo fuera de casa, volví y encendí el televisor. Lo único que me importaba era ver qué estaba pasando y si algún noticiero podía darme una explicación. Ese humo no era normal.
Quién se iba a imaginar que la quema de pastizales al sur de Entre Ríos y de Santa fe y el norte de la provincia de Buenos Aires, llegue a la Capital Federal, mientras que años anteriores eso no había sucedido…


¿Y el humo? me preguntaba a mí misma cuánto se iba a quedar, porque convivir con él se hacía difícil. No dejaba respirar y, lo que es peor, no se podía abrir ninguna ventana porque entraba más humo.
Por otro lado, me preocupó la salud de la gente. En especial la de un par de amigos que sufren de asma. ¡Cómo habrán hecho para dormir! ¿Y aquellos que tienen problemas bronqueales?
No sé, pero lo único que hice esos días fue toser y tener los ojos irritados.

¡Qué ironía! Quien iba a decir que la ciudad de Buenos Aires iba a transformarse en Malos Aires. Eso era lo único que faltaba.
Para colmo, muchos se aprovecharon de la situación de urgencia; los barbijos aumentaron 4 veces el precio, a lo que estaban la semana pasada. Y lo que fue peor, en las guardias de los hospitales aumentó la cantidad de gente que esperaba para ser atendida y el tránsito se volvió un caos por todos los choques que se produjeron a causa del humo.

Hasta acá, solo quejas, quejas y más quejas.

Ahora bien. Después de haber hablado con ancianos, noté una gran diferencia con los jovenes. El humo era un fastidio, sí, pero todos me contestaron que no agravaba su salud; al contrario, ellos tenían simples molestias que no les impedía seguir con sus actividades.
Eran los jovenes quienes se mostraban más quejosos que nunca con la situación. Aunque eso no es de extrañar. Siempre nos quejamos por el simple hecho de querer manifestar nuestra irritación frente a algo... ¡Qué raro! ¿no?

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